Cuando logramos una meta para la que nos hemos esforzado mucho, sentimos una sensación placentera de orgullo, la alegría que nos da ver que hemos hecho un buen trabajo, o como se nos hincha el corazón cuando un ser querido realiza un sueño, hacer algo especial o demostrar sus talentos. Ese orgullo, el que nos hace apreciar los esfuerzos y logros propios y ajenos, es una orgullo “bueno”, deseable.
Ser consciente de nuestros logros, haciendo gala de ellos con humildad nos llenará de optimismo para afrontar nuevos retos.
La doctora Bárbara Fredrickson, autora de “Vidas positivas”, ha investigado el impacto de las emociones positivas en nuestra vida y señala que el orgullo contribuye a nuestro bienestar, principalmente si está combinado con una dosis de humildad.
Dice la doctora que el orgullo es primo hermano de la culpa y la vergüenza, nos sentimos avergonzados cuando somos culpables de algo malo y nos sentimos orgullosos cuando somos responsables de algo bueno.
Cuando nos sentimos orgullosos de algo o de alguien sentimos muchas ganas de compartirlo con otros, esto es muy lícito y beneficioso, siempre con esa dosis de humildad.
El orgullo también se expresa a través de nuestro cuerpo, por algo decimos que “al padre se le cae la baba”; y cuando los futbolistas marcan un gol, dan saltos de alegría. No hace falta hablar para expresar cuán orgullosos están de lo que acaban de hacer.
Se dice que “nada tiene tanto éxito como el éxito”. Cultivar el orgullo positivo, siempre moderado por la humildad puede contribuir a que tengamos una buena autoestima, y para que nos animemos a ir un poco más lejos y llegar incluso a más de lo que imaginamos que podemos ser.