El Águila remonta el vuelo...
"Si la razón hace al hombre, el sentimiento le conduce"
lunes, 14 de julio de 2014
Para mi nieta Daniela Pedro Guerra - Daniela (Video)
domingo, 13 de julio de 2014
“Qué son los Valores”
-El valor, es la convicción razonada y firme de que algo es bueno o malo y de que nos conviene mas o menos. Pero estas convicciones o creencias se organizan en nuestro psiquismo en forma de escalas de preferencia.
Los valores reflejan la personalidad de los individuos y son la expresión del tono cultural, moral, afectivo, social y espiritual, marcado por la familia, la escuela, las instituciones y la sociedad en que nos ha tocado vivir.
Los valores son necesarios sin lugar a duda. Los valores son como pautas, guías o caminos que marcan las directrices de una conducta coherente. Ellos, los valores nos permiten encontrar sentido a lo que hacemos , responsabilizarnos de nuestros actos, tomar decisiones con serenidad y coherencia, resolver los conflictos personales, familiares y de relación humana y definir los objetivos de la propia vida con claridad.
Los valores auténticos nos ayudan a entendernos a nosotros mismos, a amarnos y al mismo tiempo a entender y amar a los demás. Dan sentido a nuestra vida y facilitan la relación madura y equilibrada con el entorno, con nuestro mundo y con las personas, acontecimientos y cosas, de forma integrada proporcionándonos equilibrio y paz.
La carencia de un sistema de valores bien definido, sentido, aceptado y estructurado con buen criterio, instalara al sujeto en la indefinición y en la duda, dejándole a disposición de criterios y pautas ajenas.
Hay varios tipos de valores.
Valores Terminales, mas abstractos y universales, bien sean centrados en la propia persona (intrapersonales) o en los demás (interpersonales), como la autoestima, la libertad, la igualdad, la realización o la amistad…
Valores Instrumentales, que se refieren al aprecio e inclinación que mostramos por determinadas formas de conductas como la honradez, la magnanimidad, el ser afectuoso, el ser educado, el ser responsable.
Y aquí os dejo el tema, para que penséis sobre ellos, y si queréis saber algo mas podéis manifestármelo y ampliare el contenido.
Esta publicación la saque del libro de los valores de Bernabé Tierno Jiménez, un psicólogo, escritor y pedagogo, que junto con Jorge Bucay, son para mí los que se expresan con mayor claridad, a los dos los admiro.
Disfrutar el momento.
-->
Los instantes placenteros son verdaderas gotas de felicidad. Por eso es importante saber vivir los presentes, recrear los pasados y anticipar los futuros.
Saber disfrutar de las experiencias positivas de la vida es uno de los principales ingredientes de la felicidad. La investigación empírica ha comprobado que quienes tienden a disfrutar confían más en sí mismos, son más extravertidos y están más satisfechos.
Disfrutar es algo que tiene un componente pasado, presente y futuro: disfrutar del pasado rememorando los viejos tiempos; del presente, siendo consciente del momento actual y saboreándolo; y del futuro, cuando lo esperas y fantaseas sobre lo que puede suceder.
Aunque parezca que los componentes pasados y futuro del disfrute no tienen nada que ver con “vivir en el presente”, los dos son maneras de incrementar y mantener el placer, es decir, de traer al presente el placer del pasado y el del futuro। En lugar de limitarte a reaccionar ante los acontecimientos positivos cuando ocurren, puedes aprender a disfrutar tomando la iniciativa: anticipar las experiencias positivas, recalcar y mantener conscientemente los momentos agradables, y recordarlos deliberadamente de manera que hagan renacer el placer cuando
-->hayan acabado. Carta de un padre a su hijo "Dedica di un padre al propio figlio":
-->
Se un giorno mi vedrai vecchio: se mi sporco quando mangio e non riesco a vestirmi…..abbi pazienza. ricorda il tempo che ho trascorso ad insegnartelo.
Se quando parlo con te ripeto sempre le stesse cose….. non mi interrompere…… ascoltami. quando eri piccolo dovevo raccontarti ogni sera la stessa storia finche’ non ti addormentavi. quando non voglio lavarmi non biasimarmi e non farmi vergognare… Ricordati quando dovevo correrti dietro inventando delle scuse perche’ non volevi fare il bagno. quando vedi la mia ignoranza delle nuove tecnologie , dammi il tempo necessario e non guardarmi con quel sorrisetto ironico ho avuto tutta la pazienza per inseganrti l’abc quando ad un certo punto non riesco a ricordare o perdo il filo del discorso …. dammi il tempo necessario per ricordare e se non ci riesco non ti innervosire ….. la cosa piu’ importante non e’ quello che dico ma il mio bisogno di essere con te ed averti li che mi ascolti. quando le mie gambe stanche non mi consentono di tenere il tuo passo non trattarmi come fossi un peso . vieni verso di me con le tue mani forti nello stesso modo con cui io l’ho fatto con te quando muovevi i tuoi primi passi quando dico che vorrei essere morto… non arrabbiarti un giorno comprenderai. che cosa mi spinge a dirlo. cerca di capire che alla mia eta’ non si vive si sopravvive. un giorno scoprirai che nonostante i miei errori ho sempre voluto il meglio per tee che ho tentato di spianarti la strada. dammi un po’ del tuo tempo dammi un po’ della tua pazienza dammi una spalla su cui poggiare la testa allo stesso modo in cui io l’ho fatto per te. aiutami a camminare aiutami a finire i miei giorni con amore e pazienza in cambio io ti daro’ un sorriso e l’immenso amore che ho sempre avuto per te. ti amo figlio mio e prego per te anche se mi ignori. papa'
De: Mimmo Losacco
Está pequeña publicación en italiano me ha gustado mucho, a veces cuando leo en otro idioma distinto al mío, las palabras me llegan más profundamente, De todas maneras para el que no lo entienda voy hacer la traducción.
Lo dedica un padre a su hijo:
Si un día me ves viejo, si me ensucio cuando como y no puedo vestirme…. Tenme paciencia, recuerda el tiempo que he dedicado a enseñarte, si cuando hablo contigo repito siempre las mismas cosas… no me interrumpas… escúchame. Cuando eras pequeño debía contarte cada noche la misma historia hasta que te dormías.
Cuando no quiero lavarme no me reproches y no me hagas avergonzarme… Recuerda cuando debía correr detrás de ti inventando una excusa porque no querías bañarte. Cuando veas mi ignorancia de las nuevas tecnologías, dame el tiempo necesario y no me mires con una sonrisa irónica, he tenido toda la paciencia para enseñarme el abecedario. Cuando a un cierto punto no alcanzo a recordar o pierdo el hilo del discurso…
Dame el tiempo necesario para recordar y si no puedo no te pongas nervioso… la cosa más importante no es aquella que digo, pero mi necesidad de estar contigo y tenerte a mi lado escuchándome. Cuando mis piernas cansadas no me permiten mantener tu paso, no me trates como si fuese un peso. En su lugar ven detrás de mí con tus manos fuertes de la misma manera que yo lo hice contigo cuando dabas tus primeros pasos.
Cuando digo que quisiera estar muerto… no te enfades un día comprenderás que cosa me empuja a decírtelo. Intenta comprender que a mi edad no se vive, se sobrevive. No obstante un día descubrirás, que mis errores siempre querían lo mejor para ti, que he intentado facilitarte la vida.
Dame un poco de tu tiempo, dame un poco de tu paciencia, dame una espalda sobre la cual apoyar la cabeza, de la misma manera que yo lo he hecho por ti. Ayúdame a caminar, a finalizar mis días con amor y paciencia a cambio yo te daré una sonrisa y el inmenso amor que siempre he sentido por ti.
Te quiero hijo y siempre ruego por ti aunque me ignores, tu padre.
viernes, 4 de julio de 2014
Encauzar la Ira y Ganar en Serenidad
Enfadarnos ante
el mínimo estímulo y responder de manera desmesurada mina nuestra salud y acaba
convirtiéndonos inevitablemente, en nuestro peor enemigo. Nuestra ira suele
activarse cuando nos sentimos en peligro, por eso es tan importante aprender a
cambiar la percepción de lo que nos ocurre para dejar de sentir nuestro entorno
como una amenaza.
Comencemos con
una breve reseña cinematográfica al mejor estilo de Hollywood... En el episodio
I de la celebrada saga de La guerra de las Galaxias, el maestro Yoda duda entre
permitir o no que el pequeño Anakin Skywalker -el niño que acabará por
convertirse en Darth Vader- sea entrenado como jedi. El maestro vacila porque, según
dice,.percibe demasiado miedo en él. Es entonces cuando pronuncia la famosa
frase que ha dado la vuelta al mundo: “El
miedo conduce a la ira, la ira conduce al odio , el odio conduce al
sufrimiento”.
Esta frase me
parece interesante como punto de partida para reflexionar sobre la ira porque
creo indudable que dejarse llevar por ella nos aboca irremediablemente al
sufrimiento. La violencia y la agresión no son más que las consecuencias más
evidentes de dejarnos llevar por la furia, pero no las únicas. Esta emoción no
repercute negativamente solo en la vida de aquellos a quienes va destinada,
sino que también tiene efectos devastadores sobre quien la siente. Reaccionar
con rabia frecuentemente puede llevarnos al deterioro y finalmente a la ruptura
de nuestras relaciones, tanto las afectivas, como las sociales y laborales.
Movidos por la ira podemos decir cosas que no creemos del todo o que seria más
conveniente callar; podemos hacer cosas
de las que después nos arrepentimos o precipitarnos en una línea de acción que
no nos conduce hacia donde realmente deseamos.
En otro plano,
montar en cólera produce una serie de modificaciones fisiológicas que, de repetirse
una y otra vez, aumentaría la incidencia de problemas físicos importantes,
particularmente los relacionados con el sistema cardiovascular.
Cuando no
Ponemos Límites.
Por todos estos
caminos la ira nos lleva al sufrimiento propio y al ajeno, por eso es tan
importante aprender, sino a liberarnos de ella, a moderarla y encauzarla.
Conseguirlo liberará nuestro pensamiento y actitud.
En el intento de
manejar nuestra ira, el sentido común nos conduce a pensar en dos alternativas
posibles frenarla o exteriorizarla. No es casualidad que muchas de las
estrategias que suelen proponerse desde el ámbito terapéutico están encaminadas
a desarrollar alguna de estas dos tendencias.
Es bastante
comprensible que pensemos que el mejor modo de lidiar con la ira sea dejarla
fluir, expresarla libremente. Para apoyar esta opción solo cabe pensar que,
alguna vez, todos hemos pasado por la experiencia de sentir cómo, después de haber
manifestado nuestro enejo de algún modo, la tensión y el malestar han
desaparecido.
También apunta
en este sentido la idea de que enfadarnos es un modo de poner límite a las
conductas abusivas de otros. Esto puede parecer razonable a simple vista, pero
entraña complicaciones. En primer lugar, el hecho de que sintamos alivio
después de haber gritado, agredido o montado algún tipo de escándalo, puede
llevarnos a buscar, cada vez que nos sintamos enfadados, esa descarga que hemos
asociado con el bienestar. Así, las agresiones se perpetúan y, lo que es peor,
cada vez tendremos menos reparos en comportarnos así. De hecho, mucha gente se
justifica: “¡Me saca de mis casillas, es
el único modo que tenía de calmarme!”.
En segundo
lugar, cuando frente a un abuso nos defendemos utilizando la ira, lejos de
conseguir que la otra persona nos respete, lo único que logramos es que redoble
la apuesta o tome represalias. Así, entramos en una escalada de agresiones cada
vez más hirientes. Aun cuando consigamos que los demás acepten nuestros límites
por temor a que tengamos una reacción furiosa, esto no será constructivo para
el vínculo sino que, por el contrario, los demás se alejarán silenciosamente de
nosotros. Dejarán de vernos como una grata compañía.
Un Muro de
Contención.
Si liberar
nuestra ira tiene consecuencias tan nefastas podemos llegar a la conclusión de que
la única opción que tenemos es contenerla. No obstante, esta postura también
presenta varias dificultades.
Está bastante
extendida la idea de que si alguien siente que se está enfadando demasiado, lo
mejor que puede hacer es tomarse un tiempo y retirarse de la situación hasta
que se haya calmado. Seguramente contar hasta cien es una alternativa cuando se
está, por ejemplo, al borde de actuar desmesuradamente, pero, como solución de
fondo, deja bastante que desear.
Si cada vez que
nos enfadamos, por ejemplo, con nuestro hermano, nos vemos obligados a salir a
dar una vuelta para no acabar insultándole, seguro que nunca resolveremos
nuestros conflictos. Además, si frente a las conductas invasivas o abusivas de
otras personas lo único que sabemos hacer es evitar todo enfrentamiento, no
conseguiremos establecer nuestros límites y, en consecuencia, las actitudes que
nos molestan se perpetuarán o, aún peor, se intensificarán.
Todo ello parece
dejarnos en una situación sin salida: refrenar nuestra ira puede resultar
perjudicial, pero expresarla libremente, también. Entonces, ¿cuál es la actitud más sensata para no
equivocarnos?
La Respuesta del miedo.
En mi opinión,
la clave está en aquella frase de la que os hablaba al principio del artículo y
que pronuncia el viejo Yoda, ese personaje que en más de un aspecto nos
recuerda a un maestro zen. “El miedo
conduce a la ira...” Vale decir: sentimos ira cuando nos sentimos
amenazados. Es así de sencillo y es una gran verdad. Por eso, si conseguimos sentirnos
menos amenazados, podremos manejar las situaciones que nos producen ira de un
modo mucho más adecuado. Es decir, lo que tenemos que modificar es nuestra
percepción de la situación. Para ello es necesario que aceptemos que la ira no
es una consecuencia directa de lo que sucede o de lo que otros nos han hecho sino
que, hasta cierto punto, la “fabricamos”
nosotros mismos de acuerdo a cómo entendemos la situación.
Supongamos que
descubro que un buen amigo me ha mentido, que me ha pedido dinero diciéndome
que lo necesitaba para algo y lo ha utilizado para otra cosa. Es bastante
natural que me sienta disgustado y decepcionado, que sienta que se ha
aprovechado de mí. Me diré a mí mismo: “No
me gusta lo que ha ocurrido”. También es probable que sienta la necesidad
de establecer que no quiero que vuelva a comportarse de ese modo conmigo. Me
digo: “No quiero que esto vuelva a ocurrirme”.Ambas sensaciones, el
malestar y la necesidad de establecer un límite, son comunes a todas las
situaciones que potencialmente pueden conducirnos a sentir ira, y no hay en
ellas nada reprochable... El problema aparece, como dijimos, cuando me siento
amenazado por las circunstancias. En mi opinión, este tipo de situaciones
tienen varias interpretaciones generalización, negación y fatalización.
Nada es
Definitivo.
La
generalización consiste en extender al todo lo que es aplicable solamente a una
parte. Siguiendo con el ejemplo anterior, imaginemos que en lugar de pensar. “Mi amigo se ha portado mal”, me dijera
a mí mismo: “Mi amigo es una mala
persona”. Si pienso que mi amigo es alguien perverso, este se convierte en
una amenaza de la que debo defenderme. Transformaŕe un acto concreto y puntual
-por muy reprobable que este sea- en una característica general de mi amigo, lo
que comprometerá nuestra relación y me impedirá ver aspectos de su persona que
sí me gustan. Me llenaré de ira contra él en lugar de poder hablarle
sinceramente de lo disgustado que estoy por lo que ha hecho. La generalización
puede extenderse indefinidamente y comportar consecuencias aún peores. Si
seguimos con el mismo razonamiento, podría llegar a la conclusión de que no se puede confiar en nadie, lo que me
conduciría a concebir a los demás como amenazantes. La generalización se nutre
de palabras como todo, siempre, nunca, nadie, todos..., palabras con las que
debemos ser muy cuidadosos.
La negación consiste en las múltiples
variaciones de una frase en la que, por desgracia, caemos a menudo en estos
casos: “Esto no debería haber sucedido”.
En el caso de mi amigo, mi actitud sería denegación si pensará algo así como: “El no puede hacer una cosa así”.
Este tipo de pensamientos nos producen ira porque nos llenan de impotencia... “No debería haber sucedido” pero, sin
embargo, ocurrió... “El no puede hacer
una cosa así”, y, sin embargo, lo hizo.
La negación es
un intento vano de suplir con la fantasía de lo que debería haber sido un
malestar con lo que es. Pero en ese intento perdemos la posibilidad de
reaccionar frente a nuestra realidad. Quizás deberíamos cambiar las preguntas: “¿Y por qué él no puede hacer lo que
hizo?”¿Y por qué esto o aquello no debería suceder?” Puede que la actitud
más adecuada sea aceptar que ni los demás ni la vida tienen la obligación de
comportarse “bien” con nosotros.
Y llegamos a la
última actitud, la fatalización, un
modo de interpretar la realidad que es perjudicial en extremo. Consiste, como
su nombre indica, en pensar que un determinado problema es irremediable.
Volvamos a la actitud que adoptaré con la acción de mi amigo. Si pienso: ”Me ha traicionado, no puedo soportarlo”,
estoy considerando este hecho como irremediable. Cuando frente a cualquier
situación desagradable o dolorosa creemos que no podremos soportarlo, la
convertimos en una fatalidad, una amenaza letal. Es entonces cuando el miedo
nos invade y arremetemos contra todo llenos de ira. Sin embargo, deberíamos
saber que la idea de que “no puedo
soportarlo” es falsa.
Es bueno tener
en cuenta que, por difícil que parezca la situación, siempre podremos salir de
ella. Ciertos hechos y actitudes nos pueden afectar, doler e, incluso, dañarnos
-a veces en gran medida- pero, incluso en estos casos, podemos superarlos,
obtener un aprendizaje y salir
fortalecidos.
Cuestionar
nuestras emociones negativas.
Estar atentos a
la ira cuando aparece es una tarea que requiere cierto trabajo por nuestra
parte. Pero si estamos dispuestos a afrontarlo y nos cuestionamos y debatimos aquello que nos ocurre,
seguramente daremos un gran paso para impedir que la irritabilidad y el mal
humor endurezcan nuestro carácter y acaben instalándose en nuestra vida.
Si evitamos
estos modos perjudiciales de interpretar las situaciones conflictivas,
seguramente conseguiremos expresar de mejor manera nuestro malestar, nuestro
dolor o nuestro desacuerdo. Así podremos también establecer nuestros límites de
un modo tan respetuoso como efectivo.
En definitiva,
controlar la ira es comprender que los desencuentros entre las personas forman
una parte ineludible de nuestra vida y que, por eso, debemos encontrar un
camino más saludable para gestionarlos.
sábado, 17 de mayo de 2014
Paz Interior
En cierto
concurso de dibujo cuyo tema era la paz, abundaban las imágenes que representaban dulces amaneceres, apacibles
ocasos, prados soñolientos... Sin embargo, el premio fue otorgado a un cuadro
que mostraba una furiosa catarata que se precipitaba por un acantilado
provocando densas nubes de espuma y vapor que se desvanecían a la altura de la
rama de un árbol, donde un petirrojo había construido su nido y parecía gorjear
alegremente...
Es cierto que la
vida es una tensión constante entre opuestos. Bien y mal, salud y enfermedad…
paz y lucha. Pero podemos trascender esta eterna dicotomía siguiendo el ejemplo
del petirrojo, que no solo encuentra la tranquilidad situándose por encima del
obstáculo sino que, además, sabe sacar provecho del mismo. Y es que, dado que
para estar en armonía con nosotros mismos es imposible eliminar todos nuestros
problemas y vivir para siempre en nuestro extremo favorito, la única opción
positiva, realista y práctica es alzarnos sobre nuestra circunstancia y extraer
algún beneficio de ellas.
AJUSTAR EL
TERMOSTATO INTERIOR DE LA
TRANQUILIDAD.
Aunque nos cueste creerlo, la paz es nuestro estado
natural y por muchas tensiones que debamos o elijamos soportar, tenemos un
termostato interior que intenta devolvernos a ese estado de serenidad perdida.
Somos, en ese sentido, como gomas elásticas, que, en cuanto se sueltan,
recuperan su estado inicial de relajación. El problema surge cuando la goma se
tensa tanto que “olvida” su estado natural y se “da de sí” sin remedio...
Para recuperar
la paz perdida debemos ajustar nuestro termostato interno, así como el
termostato de la calefacción se desactiva cuando en el hogar se alcanza una
temperatura confortable, y vuelve a activarse cuando empieza a sentirse el
frío. Nuestro termostato es la mente y debemos conocerla a fondo para saber
cuándo es mejor que funcione de manera activa, a pleno rendimiento, y en qué
momentos resulta más beneficioso para nosotros su presencia pasiva.
Nuestra mente
“Activa” o “patente” es la que conocemos mejor y con la que nos identificamos
más porque está al servicio de nuestros objetivos materiales. Pero también
podemos ponerla a merced demuestra metas más espirituales para que nos ayuda
alcanzar la serenidad que tanto necesitamos. Este tipo de Actividad mental nos ofrece la oportunidad de convertir
nuestros deseos en objetivos concretos y nos permite valorar todas las opciones
posibles para lograrlos. De esta manera, ponemos en marcha todos nuestros
recursos internos y, cuando nos topamos con los inevitables obstáculos y con
nuestros miedos de siempre, somos capaces de reconocerlos y afrontarlos sin
demora.
Nuestra mente
activa vendría a confirmar la idea de Gandhi de que “No hay caminos para la paz, la paz es el camino”. Según estas
palabras, solo podemos alcanzar la calma si nos decantamos, de manera activa y
consciente, por la paz en cada uno de nuestros actos, tanto en el quehacer de
nuestra vida cotidiana como en aquellas situaciones que nos puedan resultar
adversas.
En nuestra vida
cotidiana existen dos factores que pueden actuar tanto a nuestro favor como en
nuestra contra a la hora de recuperar la paz perdida el espacio y el tiempo,
las dos dimensiones donde tiene lugar la vida.
LAS DIMENSIONES
DE NUESTRA EXISTENCIA: ESPACIO Y TIEMPO.
Sea como sea, lo
cierto es que para recobrar la calma resulta de gran ayuda ampliar nuestro
espacio vital. Y para ello debemos rodearnos, a la manera de Platón, de todo
aquello que es “bello”, “verdadero” y “bueno”, en su sentido
más profundo. Esto no quiere decir que nos obcequemos en perseguir lugares
hermosos y personas honestas, sino que se trata de abrirnos a la belleza que
nos rodea y de captar lo bueno y lo auténtico que reside en todas las personas.
Desde luego que si no nos sentimos a gusto donde estamos, es fantástico ampliar
nuestro espacio buscando lugares mejores, pero esta búsqueda no debe llevarnos
a despreciar lo que ya tenemos delante de nuestros ojos.
Por su parte,
nuestra relación con el tiempo es, como poco, conflictiva. El día tiene las
mismas horas para todos y el reloj parece trabajar al servicio de unos y en
contra de otros. Pero, ¿Dónde está el
secreto? Vale la pena plantearse si aceptaríamos el desafío de hacer menos
cosas, hacerlas más despacio o no hacerlas todas con ese grado de perfeccionismo
que raya la obsesión. Porque aunque solemos
propagar a los cuatro vientos lo felices que seríamos sin obligaciones,
lo cierto es que estamos tan apegados a ellas que, si nos las arrebataran,
sentiríamos que nos quitan algo más que un peso de encima. Porque, por un lado,
las obligaciones, aunque suene paradójico, nos confieren importancia y hacen
que nos sintamos imprescindibles. Y los deseos desmedidos por el otro, nos
someten a un yugo del que es difícil escapar, porque somos al mismo tiempo, bueyes
y arrieros.
Saber renunciar
a ciertas obligaciones y a ciertos deseos, así como averiguar nuestras
verdaderas necesidades, nos aportará una ración extra de tiempo. Un tiempo en
el que aflorará la paz que, de manera natural, llevamos dentro y en el que disfrutaremos
de un yo mucho menos exigente, pero, ¿quién
sabe? mucho más dichoso.
DESPRENDER
SIEMPRE LA MEJOR
ESENCIA.
Como hemos dicho
antes, nuestra mente activa puede elegir conscientemente la paz en todos
nuestros actos, tanto en los de la vida cotidiana como en situaciones de
especial adversidad. Para ilustrar este último caso, podemos recordar una breve
historia. Cuentan que una joven fue a ver a su madre para contarle lo difícil
que le resultaba sobrellevar los problemas cotidianos de su vida y la cansada con
estaba de luchar. Sin decir nada, su madre llenó de agua tres cacerolas y las
puso hervir, llenando cada una de ellas
con zanahorias, huevos y granos de café respectivamente. Pasados unos minutos,
colocó cada alimento en un recipiente distinto y su hija, sin entender, le
preguntó qué significaba todo aquello.
La madre le
explicó a su hija que cada uno de esos alimentos había experimentado la misma
adversidad, el agua hirviendo pero cada uno había reaccionado de forma bien
distinta. La zanahoria había entrado fuerte, dura e implacable pero, por efecto
del agua hirviendo, se había ablandado. El huevo era frágil, pero tras
hervirlo, su interior se había endurecido. Los granos de café, por su parte
eran especiales porque, después de permanecer en el agua hirviendo, la habían
transformado, desplegando en ella todo su aroma y sabor... “Cuando la adversidad llama a tu puerta,
¿cuál de ellos eres tú?”.
Ya sabemos como
funciona nuestra mente activa, cómo se pone en marcha nuestro termostatomental.
Pero tan importante es saber encenderlo como poder desactivarlo cuando es
necesario, a sabiendas de que así obtendremos mejores resultados. Porque, ¿de qué sirve tener encendida la calefacción
durante horas si ya alcanzamos la temperatura deseada? Solo para dos cosas
para sofocarnos y para despilfarrar energía.
Del mismo modo, utilizar
solo la mente activa que alcanzar el estado que deseamos puede volverse en
nuestra contra, agobiándonos y desgastándonos de un modo absurdo. Esto es
especialmente importante cuando la adversidad incluye elementos que escapan a
nuestro control.
Por todo esto,
debemos aprender a sacar partido de nuestra mente pasiva o latente. Así como la
mente activa nos ayudaba a extraer beneficios de las nubes de vapor que
emanaban de la catarata, la mente pasiva nos ayuda a alcanzar la serenidad a
vista de pájaro, situándonos por encima del obstáculo.¿Y cómo podemos conseguirlo? Pues deteniendo el pensamiento. Algo
fácil de decir y no tan fácil de hacer.
“APAGAR TODOS
LOS PENSAMIENTOS NEGATIVOS”.
Lo primero que
podemos hacer es aceptar por completo la idea de que cuando ya no podemos hacer
nada más ante la adversidad, nuestra mente funciona mejor en estado de “hibernación”. Así se mantiene más
fresca, oxigenada y equilibrada.
Y lo segundo es
permanecer atentos a los pensamientos obsesivos y destructivos que revolotean
sobre nosotros, para decidir ignorarlos a conciencia, sin prestarles la más
mínima atención. No es sencillo, pero con un poco de práctica y tratando de que
las tareas presentes y otras distracciones absorban nuestra atención, podemos
llegar a vivir más serenos y centrados en el aquí y ahora, aunque el problema
que nos preocupa aún no se haya resuelto.
Es una cuestión
permanente práctica si no podemos pensar nada positivo respecto a aquello que
nos preocupa, intentemos no pensar en ello en absoluto. Así, la energía que
emitimos por lo menos no será negativa sino, simplemente, neutra.
Esta técnica nos
ayuda a relativizar los problemas, a poder observaros con “otros ojos” y, sobre todo, a desapegarnos saludablemente de ellos.
Asimismo, nos muestra todo el exterior como un escenario que es tan complejo
como cambiante. Un lugar donde nuestra esencia permanece atento, paciente y a
salvo de la tormenta que, sin duda, terminará por amainar.
martes, 18 de marzo de 2014
Todo controlado
El otro
día, escuché está historia de los labios de una compañera de trabajo. Me parece
simpática y decido contarla aquí en mi blog.
Era un
señor, llamémosle Carlos, directivo de una multinacional y felizmente casado,
es aficionado a los deportes, incluido el running desde hace varios años. Él se
toma muy enserio su práctica de ejercicios y el runner, así que lleva una
pulsera que le cuenta el gasto calórico consumido, las calorías ingresadas y su
peso.
Esta
pulsera inteligente está sincronizada con la báscula del baño de su casa. Así,
antes de entrar a la duche, Carlos se pesa al menos una vez a la semana y la
báscula inteligente también, manda a la pulsera la información sobre su peso.
Hasta aquí todo bien.
Un día
Carlos está de viaje de trabajo, va a pasar unos días fuera de casa. Todo
marcha con normalidad hasta que su pulsera recibe un mensaje de una cifra: 82 kilos. Es decir, alguien que pesa 82 kilos
se está pesando en la báscula de su casa, y a él que está a 500 km le ha
saltado la alarma. Carlos llama a su mujer, que le cuenta una historia de unas
maletas que acaba de poner en la báscula. Él no discute, pero sabe que 82 kilos
no es el peso de unas maletas, más bien podría ser el peso de una persona, más
bien el peso de un ejemplar del género masculino. Carlos no sigue pensando,
pero desde entonces la objetividad no lo deja pegar ojo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
Antonio Gaudí
“La creación prosigue incesantemente a través del hombre. Pero, el hombre no crea, descubre el color que buscan las leyes de la naturaleza para bajar su ser de la nueva obra son colaboraciones del creador. Quién copia no colabora, porque, la originalidad consiste en retornar a los origines.”
“Cuando las formas son más perfectas, exigen menos adornos”
“La imitación de los estilos implica necesariamente una decoración superflua, los estilos simples, al contrario, tienen una buena estructura”.
“La elegancia es hermana de la pobreza, pero no se debe confundir la pobreza con la miseria.”
“La cualidad ideal del la obra de arte es la armonía, que en el arte plástica nace de la luz que decora y da relieve. La arquitectura es la disposición de la luz”
- Gaudí