El Águila remonta el vuelo...

"Si la razón hace al hombre, el sentimiento le conduce"






Algo de Literatura


De lo que contó el cabrero a los que estaban con don Quijote.
Estando don Quijote y Sancho con los cabreros, llegó un mozo de los que traían las provisiones, y dijo: -¿Sabéis lo que pasa en el lugar, compañeros?
-¡Cómo lo podemos saber! – respondió uno de ellos.
-Pues sabed, prosiguió el mozo- que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamado Grisóstomo , y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquella que se anda en hábito de pastora por estos andurriales.

-Por Marcela dirás- dijo uno.

-Por esa digo –respondió el cabrero- .Y es bueno que mando en su testamento que le enterrasen en el campo como si fuera moro, y que sea al pie de la peña donde está la fuente del alcornoque, porque según es fama, aquel lugar es donde él la vio la vez primera. Y también mandó otras cosas, tales, que los clérigos del pueblo dicen que no se ha de cumplir , ni es bien que se cumpla., porque parece de gentiles. A todo lo cual responde aquel su gran amigo Ambrosio, el estudiante, que también vistió de pastor con él , que se ha de cumplir todo sin faltar nada, como lo dejó mandado Grisóstomo, y sobre todo anda el pueblo alborotad; mas, a lo que se dice, en fin se hará lo que Ambrosio y todos los pastores sus amigos quiere, y mañana le vienen a enterrar con gran pompa a donde tengo dicho. Y tengo para mí que ha de ser cosa de ver; a lo menos yo no dejare de ir a verla, si supiese no volver mañana al lugar.

-Todos haremos lo mesmo – respondieron los cabreros-, y echaremos suertes a quién ha de quedar a guardar las cabras de todos.

-Bien dices, Pedro –dijo uno-, aunque no será menester usar de esa diligencia, que yo me quedaré por todos. Y no lo atribuyas a virtud y a poca curiosidad mía, sino a que no me deja andar el garrancho que el otro día me paso este pie.

-Con todo eso te lo agradecemos –respondió Pedro.
Y don Quijote rogó a Pedro le dijese que muerto era aquél, y que pastora aquélla.

A lo cual Pedro respondió que lo que sabía era que el muerto era un hidalgo rico, vecino de un lugar que estaba en aquella sierras, el cual había sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo de los cuales había vuelto a su lugar con opinión de muy sabio y muy leído. Principalmente decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de los que pasan allá , en el cielo, el sol y la luna, porque puntualmente nos decía el cris del sol y de la luna.
-Eclipse se llama, amigo, que no cris, el oscurecerse esos dos luminares mayores – dijo don Quijote.

Mas Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento diciendo: -Asimismo adivinaba cuando había de ser el año abundante o estil.

-Estéril queréis decir, amigo – dijo don Quijote.

- Estéril o estil –respondió Pedro-, todo se sale allá. Y digo que con esto que decía se hicieron su padre y sus amigos, que le daban crédito, muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: “Sembrad este año cebada, no trigo; en éste podéis sembrar garbanzos y no cebada, el que viene será de abundancia de aceite, los tres siguientes no se cogerá gota”.

-Esa ciencia se llama “astrología” – dijo don Quijote.

-No sé como se llama – replicó Pedro-, mas sé que todo esto sabía y aún mas. Finalmente, no pasaron muchos meses después que vino de Salamanca, cuando un día remaneció vestido de pastor con su cayado y pellico, habiéndose quitado los hábitos largos que como escolar traía, y juntamente se vistió con el de pastor otro su grande amigo, llamado Ambrosio, que había sido su compañero en los estudios. Olvidábaseme decir como Grisóstomo, el difunto, fue grande hombre do componer coplas, tanto, que él hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor, y los autos para el día de Dios, que los representaban los mozos de nuestro pueblo, y todos decían que eran con el cabo. Cuando los del lugar vieron tan de improviso vestidos de pastores a los escolares, quedaron admirados, y no podían adivinar la causa que les había movido a hacer aquella tan extraña mudanza. Ya en este tiempo era muerto el padre de nuestro Grisóstomo, y él quedo heredero en mucha cantidad de ganado mayor y menor, y en gran cantidad de dinero; de todo lo cual quedó el mozo señor absoluto, y en verdad que todo lo merecía, que era muy buen compañero y caritativo y amigo de los buenos, y tenía una cara como una bendición. Después se vino a entender que el haberse mudado de traje no había sido por otra cosa que por andarse por estos despoblados en pos de aquella pastora Marcela que nuestro zagal nombró denantes, de la cual se había enamorado el pobre difunto Grisóstomo. Y quieroos decir agora, porque es bien que lo sepáis, quien es esa rapaza; quizás, no habréis oído semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis mas años que Sarna.

-Decid Sarra (Se refiere a Sara, mujer de Abraham) -respondió don quijote, no pudiendo sufrir el trocar de los vocablos del cabrero.
-Harto vive la sarna –respondió Pedro-; y si es señor, que me habéis de andar zahiriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un año.

-Perdonad, amigo –dijo don Quijote- y proseguir vuestra historia, que no os replicaré mas en nada.

- Digo, pues, señor mió de mi alma –dijo el cabrero-, que en nuestra aldea hubo un labrador, aún mas rico que el padre de Grisóstomo, el cual se llamaba Guillermo, el cual dio Dios, amén de las muchas y grandes riquezas, una hija de cuyo parto murió su madre, que fue la mas honrada mujer que hubo en todos estos contornos.

No parece sino que ahora la veo con aquella cara que del un cabo tenía el sol y del otro la luna; y, sobre todo, hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo que debe de estar su ánima a la hora de ahora gozando de Dios en el otro mundo. De pesar de la muerte de tan buena mujer murió su marido Guillermo, dejando a su hija Marcela, muchacha y rica, en poder de un tío suyo sacerdote y beneficiado en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza, que nos hacía acordar de la de su madre, que la tuvo muy grande; y con todo esto, se juzgaba que la había de pasar la de la hija; y así fue, que cuando llegó a edad de catorce a quince años nadie la miraba que no bendecía a Dios que tan hermosa la había criado, y los mas quedaban enamorados y perdidos por ella.

“Guardábala su tío con mucho recato y con mucho encerramiento; pero, con todo esto, la fama de su mucha hermosura se extendió de manera, que así por ella como por sus muchas riquezas, no solamente de los de nuestro pueblo, sino de los de muchas leguas a la redonda, y de los mejores dellos, era rogado, solicitado e importunado su tío que se la diese por mujer. Mas el(que a las derechas es buen cristiano), aunque quisiera casarla luego, así como la vía de edad, no quiso hacerlo sin su consentimiento. Y a fe que se dijo esto en mas de un corrillo en el pueblo en alabanza del buen sacerdote. Que quiero que sepa, señor andante, que en estos lugares cortos, de todo se trata y de todo se murmura; y tened para vos, como yo tengo para mi, que debía ser demasiadamente bueno el clérigo que obliga a sus feligreses a que digan bien del, especialmente en las aldeas.

-Así es verdad –dijo don Quijote-, y proseguid adelante, que el cuento es muy bueno, y vos, Pedro le contáis con mucha gracia.

-La del Señor no me falte, que es la que hace el caso. Y en lo demás sabréis que, aunque el tío proponía a la sobrina y le decía las calidades de cada uno en particular, de los muchos que por mujer la pedían, rogándole que e casase y escogiese a su gusto, jamás ella respondió otra cosa sino que por entonces no querría casarse, y que por ser tan muchacha no se sentía hábil para poder llevar la carga del matrimonio. Con estas que daba, al parecer, justas excusas, dejaba el tío de importunarla, y esperaba a que entrase algo mas en edad, y ella supiese escoger compañía a su gusto. Porque decía él, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad. Pero hételo aquí, cuando menos me lo espero, que remanece un día la melindrosa Marcela hecha pastora; y, sin ser parte su tío ni todos los del pueblo, que se lo desaconsejaban, dio en irse al campo con las demás zagalas del lugar, y dió en guardar su mesmo ganado. Y así como ella Salio en público y su hermosura se vio al descubierto, no os sabré buenamente decir cuántos ricos mancebos, hidalgos y labradores, han tomado el traje de Crisóstomo y la andan requebrando por estos campos. Uno de los cuales, como ya está dicho, fue nuestro difunto, del cual decían que la dejaba de querer, y la adoraba. Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y vida tan suelta y de tan poco o de ningún recogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por semejas, que venga en menoscabo de su honestidad y recato; antes es tanta y tal la vigilancia con que mira por su honra, que de cuantos la sirven y solicitan ninguno se ha alabado, ni con verdad se podría alabar que la haya dado alguna pequeña esperanza de alcanzar su deseo. Que, puesto que no huye ni se esquiva de la compañía y de conversación de los pastores, y los trata cortés y amigablemente, en llegando a descubrirle su intención cualquiera dellos, aunque sea tan justa y santa como la del matrimonio, los arroja de sí como un trabuco. Y con esta manera de condición hace más daña en esta tierra que si por ella entrara la pestilencia; porque su afabilidad y hermosura atrae los corazones de los que la tratan a servirla y amarla; pero su desdén y desengaño los conduce a términos de desesperarse , y así, no saben qué decirle, sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros títulos a éste semejantes, que bien la calidad de su condición manifiestan. Y si aquí estuviésedes, señor, algún día, verdades resonar estas sierras y estos valles con los lamentos de los desengañados que la siguen. No está muy lejos de aquí un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no hay ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela, y encima de alguna, una corona grabada en el mesmo árbol, como si más claramente dijera su amante que Marcela la lleva y la merece de toda la hermosura humana.

Aquí suspira un pasto, allí se queja otro, acullá se oyen amorosas canciones, acá desesperadas endechas. Cuál hay que pasa todas las horas de la noche sentado al pie de alguna encina o peñasco, y allí sin plegar los llorosos ojos embebido y transportado en sus pensamientos, le halló el sol a la mañana; y cuál hay que, dar vado ni tregua a sus suspiros, en mitad del ardor de la más enfadosa siesta del verano, tendido sobre la ardiente arena, envía sus quejas al piadoso cielo, y déste y de aquél, y de aquéllos y de éstos , libre y desenfadadamente triunfa la hermosa Marcel. Y todos los que la conocemos estamos esperando en qué ha de parar su altivez, y quién ha de ser el dichoso que ha de venir a domeñar condición tan terrible, y gozar de hermosura tan extremada. Por ser todo lo que he contado tan averiguada verdad, me doy a entender que también lo es la que nuestro zagal dijo que se decía de la causa de la muerte de Crisóstomo. Y así, os aconsejo, señor, que no dejéis de hallaros mañana en su entierro, que será muy de ver, porque Grisóstomo tiene muchos amigos, y no está deste lugar, a aquel donde manda enterrarse media legua.

En cuidado me lo tengo –dijo don Quijote-, y agradézcoos el gusto que me habéis dado con la narración de tan sabroso cuento.
-¡Oh! –replicó el cabrero-, aún no sé yo la mitad de los casos sucedidos a los amantes de Marcela; mas podría ser que mañana toásemos en el camino algún pastor que nos los dijese. Y por ahora bien será que os vais a dormir debajo de techado, porque el sereno os podría dañar la herida, puesto que es tal la medicina que se os ha puesto, que no hay que temer de contrario accidente.
Sancho Panza, que ya daba al diablo el tanto hablar del cabrero, solicitó por su parte que su amo se entrase a dormir en la choza de Pedro. Hízolo así, y todo lo más de la noche se le pasó en memorias de su señora Dulcinea, a imitación de los amantes de Marcela. Sancho se acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces.


Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros sucesos

Más apenas comenzó a descubrirse el día por los balcones del Oriente, cuando los cinco de los seis cabreros se levantaron y fueron a despertar a don Quijote, y a decillle si estaba todavía con propósito de ir a ver el famoso entierro de Grisóstomo, y que ellos le harían compañía. Don Quijote, que otra cosa no deseaba, se levantó y mandó a Sancho que ensillase y enalbardase al momento, lo cual él hizo con mucha diligencia, y con la mesma se pusieron luego todos en camino.

Y no hubieron andado un cuarto de legua, cuando al cruzar de una senda vieron venir hacia ellos hasta seis pastores vestidos con pellicos negros, y coronadas las cabezas con guirnaldas de ciprés y de amarga adelfa. Traía cada uno un grueso bastón de acebo en la mano. Venían con ellos asimismo dos gentiles hombres de a caballo, muy bien aderezados de camino, con tres mozos de a pie que los acompañaban. En llegándose a juntar se saludaron cortésmente y, preguntándose los unos a los otros dónde iban, supieron que todos se encaminaban al lugar del entierro, y así comenzaron a caminar todos juntos.

Uno de los dos de a caballo, hablando con el compañero, le dijo:

-Paréceme, señor Vivaldo, que habemos de dar por bien empleada la tardanza que hiciéramos en ver este famoso entierro, que no podrá dejar de ser famoso, según estos pastores nos han contado extrañezas, ansí del muerto pastor como de la pastora homicida.

-Así me lo parece a mí –respondió Vivaldo-, y no digo yo hacer tardanza de un día, pero de cuatro la hiciera a trueco de verle.

Preguntóles don Quijote qué era lo que habían oído de Marcela y de Crisóstomo.

El caminante dijo que aquella mañana habían encontrado con aquellos pastores, y que por haberles visto en aquel tan triste traje, habían preguntado la ocasión por qué iban de aquella manera: que uno dellos se lo contó, contando la extrañeza y hermosura de una pastora llamada Marcela, y los amores de muchos que la solicitaban, con la muerte de aquel Grisóstomo , a cuyo entierro iban. Finalmente él contó todo lo que Pedro a don Quijote había contado.

Con gran atención iban escuchando todos los demás la plática de los dos, cuando vieron que por la quiebra que dos altas montañas hacían , bajaban hasta veinte pastores, todos con pellicos de negra lana vestidos, y coronados con guirnaldas, que, a lo que después pareció, eran cuál de tejo y cuál de ciprés. Entre seis dellos traían unas andas cubiertas de mucha diversidad de flores y de ramos. Lo cual, visto por uno de los cabreros, dijo:

-Aquellos que allí vienen, son los que traen el cuerpo de Crisóstomo, y el pie de aquella montaña es el lugar donde él mandó que le enterrasen.

Por esto se dieron priesa a llegar, y fue a tiempo que ya los que venían habían puesto las andas en el suelo; y cuatro dellos con agudos picos estaban cavando la sepultura a un lado de una dura peña.

Recibieronse los unos y los otros cortésmente. Y luego, don Quijote, y los que con el venían, se pusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, vestido como de pastor, de edad, al parecer de treinta años, y aunque muerto, mostraba que vivo había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda.

Alrededor del tenia en las mesmas andas algunos libros y muchos papeles abiertos y cerrados, y así los que esto miraban como los que abrían la sepultura, ya hasta que uno de los que el muerto trajeron dijo a otro. –Mira bien, Ambrosio, si es este el lugar que Grisóstomo dijo, ya que queréis que tan puntualmente se cumpla lo que dejó mandado en su testamento.

-Este es –respondió Ambrosio-, que muchas veces en el me contó mi desdichado amigo la historia de su desventura. Allí, me dijo el, que vio la vez primera a aquella enemiga mortal del linaje humano, y allí fue también, donde la primera vez le declaró su pensamiento, tan honesto como enamorado, y allí fue la última vez donde Marcela le acabó de desengañar y desdeñar, de suerte, que puso fin a la tragedia que le depositasen en las entrañas del eterno olvido.

--Volviéndose a don Quijote y a los caminantes, prosiguió diciendo-: Este cuerpo, señores, que con piadosos ojos estáis mirando, fue depositario de un alma en quien el cielo puso infinita parte sus riquezas. Ese es el cuerpo de Grisóstomo, que fue único en el ingenio, solo en la cortesía, extremo en la gentileza, fénix en la amistad, magnifico sin tasa, grave sin presunción, alegre sin bajeza, y, finalmente primero en todo lo que es ser bueno, y sin segundo en todo lo que fue ser desdichado.

Quiso bien, fue aborrecido, adoro, fue desdeñado; rogó a una fiera, importunó a un mármol, corrió tras el viento, dio voces a la soledad, sirvió a la ingratitud de quien alcanzó por premio ser despojado de la muerte en la mitad de la carrera de su v ida, a la cual dio fin una pastora a quien el procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las gentes, cual lo pudieron mostrar bien esos papeles que estáis mirando, si el no hubiera mandado que los entregara al fuego en habiendo entregado su cuerpo a la tierra.

-De mayor rigor y crueldad usaréis vos con ella – dijo Vivaldo- que su mesmo dueño, pues no es justo ni acertado que se cumpla la voluntad de quien en lo que ordena va fuera de todo razonable discurso; y no le tuviera bueno Augusto César si consintiera que se pusiera en ejecución lo que el divino Mantuano dejó en su testamento mandado. Anzi que, señor Ambrosio, ya que deis el cuerpo de vuestro amigo a la tierra, no queráis dar sus escritos al olvido, que si el ordenó como agraviado, no es bien que vos cumpláis como indiscreto; antes haced, dando la vida a estos papeles, que la tengan siempre la crueldad de Marcela, para que sirva de ejemplo, en los tiempos que están por venir, a los vivientes, para que se aparten y huyan de caer en semejantes despeñaderos; que ya sé yo, y los que aquí venimos, la historia deste vuestro enamorado y desesperado amigo, y sabemos la amistad vuestra y la ocasión de su muerte, y lo que dej´´o mandado al acabar de la vida; de la cual lamentable historia se puede sacar cuánta haya sido la crueldad de Marcela, el amor de Grisóstomo, la fe de la amistad vuestra, con el paradero que tienen los que a rienda suelta corren por la senda que el desvariado amor delante de los ojos les pone. Anoche supimos la muerte de Crisóstomo y que en este lugar había de ser enterrado, y así, de curiosidad y de lástima, dejamos nuestro derecho viaje y acordamos de venir a ver con los ojos lo que tanto nos había lastimado en oillo; y en pago desta lástima, y del deseo que en nosotros nació de remedialla si pudiéramos, te rogamos,, ¡oh discreto Ambrosio!, a lo menos, yo te suplico de mi parte, que, dejando de abrazar estos papeles, me dejes llevar algunos dellos.

Y, sin aguardar que el pastor respondiese, alargó la mano y tomó algunos de los que mas cerca estaban; viendo lo cual Ambrosio, dijo: -Por cortesía, consentiré que os quedéis, señor, con los que ha habéis tomado; pero pensar que dejare de abrasar los que quedan es pensamiento vano.

Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió luego el uno dellos, y vio que tenia por título: Canción desesperada.

Oyolo Ambrosio y dijo: -Ese es el último papel que escribió el desdichado; y porque veáis, señor, en el término que le tenían sus des venturas, leedla de modo que seáis oído, que bien os daría lugar a ello el que se tardare en abrir la sepultura.

-Eso haré yo de muy buena gana –dijo Vivaldo. Y como todos los circunstantes tenían el mesmo deseo, se le pusieron a la redonda, y el, leyendo en voz clara, vio que así decía:

Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor, con otros no esperados sucesos.

Canción de Grisóstomo

Ya que quieres, cruel, que se publique
De lengua en lengua y de una en otra gente
Del áspero rigor tuyo la fuerza,
Haré que el mismo infierno comunique
Al triste pecho mío un son doliente,
Con que el uso común de mi voz tuerza.
Y al par que mi deseo, que se esfuerza
A decir mi dolor y tus hazañas,
De la espantable voz ira el acento,
Y en el mezcladas, por mayor tormento,
Pedazos de las míseras entrañas.
Escucha, pues, y presta atento oído,
No al concertado son, sino al ruido
Que de lo hondo de mi amargo pecho,
Llevado de forzoso desvaído,

Por gusto mío sale y tu despecho.

El rugir del león, del lobo fiero
El temeroso aullido, el silbido horrendo
De escamosa serpiente, es espantable
Baladro de algún monstruo, el agorero
Graznar de la corneja, y el estruendo
Del viento contrastando en mar instable,
Del ya vencido toro el implacable
Bramido, y de la viuda tortolilla
El sensible arrullar; el triste canto
Del endiablado búho, con el llanto
De toda la infernal negra cuadrilla,
Salgan con la doliente ánima fuera,
Mezclados en un son, de tal manera,
Que se confundan los sentidos todos,

Pues la pena cruel que en mí se halla,

Para contalla, pide nuevos modos.
De tanta confusión, o las arenas
Del padre Tajo oirán los tristes ecos,
Ni del famoso Betis las olivas;
Que allí se esparcirán mis duras penas
En altos ricos yen profundos huecos,
Con muerta lengua y con palabras vivas.
O ya en escuros valles o en esquivas
Playas, desnudas del contrato humano,
O adonde el sol mostró jamás su lumbre,
O entre la venenosa muchedumbre,
De fieras que alimenta el libio llano;
Que, puestos en los páramos desiertos
Los ecos roncos de mi mal, inciertos,

Suenan con tu rigor tan sin segundo,
Por privilegio de mis cortos hados,
Serán llevados por el ancho mundo.
Mata un desdén, atierra la paciencia,
O verdadera o falsa, una sospecha;
Matan los celos con rigor mas fuerte,
Desconcierta la vida larga ausencia;
Contra un temor de olvido no aprovecha
Firme esperanza de dichosa suerte.
En todo hay cierta, inevitable muerte;

Mas yo (milagro nunca visto) vivo
Celoso, ausente, desdeñado y cierto
De las sospechas que me tienen muerto,
Y en el olvido en quien mi fuego avivo,
Y entre tantos tormentos, nunca alcanza
Mi vista a ver en sombra la esperanza.
Ni yo, desesperado, la procuro;
Antes, por extremarme en mi querella,
Estar sin ella eternamente juro.
¿Puédese, por ventura, en un instante
Esperar y temer, o es bien hacello,
Siendo las causas del temor mas ciertas?
¿Tengo, si el duro celo está delante,
De cerrar estos ojos, si he de vello
Por mil heridas en el alma abiertas?
¿Quien no abrirá de par en par las puertas
A la desconfianza, cuando mira
Descubierto el desdén, y las sospechas,

Oh, amarga conversión!, verdades hechas,
Y la limpia verdad vuelta en mentira?

¡Oh, en el reino de amor fieros tiranos

Celos! Ponedme un hierro en estas manos.
Dame, desdén, una torcida soga.
Mas, ¡ay de mí!, que, con cruel victoria,
Vuestra memoria el sufrimiento ahoga.
Yo muero, en fin, y porque nunca espere
Buen suceso en la muerte ni en la vida,
Pertinaz estaré en mi fantasía.
Diré que va acertado el que bien quiere,
Y que es mas libre el alma mas rendida
A la de amor antigua tiranía.
Diré que la enemiga siempre mía,
Hermosa el alma como el cuerpo tiene,
Y que su olvido de mi cuerpo nace,
Y que en fe de los males que nos hace,
Amor su imperio en justa paz mantiene.
Y con esta opinión y un duro lazo,
Acelerando el miserable plazo
A que me han conducido sus desdenes,
Ofreceré a los vientos cuerpo y alma
Sin lauro o palma de futuros bienes.
Tú, que con tantas sinrazones muestras
La razón que me fuerza a que la haga
A la cansada vida que aborrezco:
Pues ya ves que te da notorias muestras
Esta del corazón profunda llaga,
De como alegre a tu rigor me ofrezco
Si , por dicha, conoces que merezco
Que el cielo claro de tus bellos ojos
En mi muerte se turbe, no lo hagas,
Que no quiero que en nada satisfagas,
Al darte de mi alma los despojos.
Antes, con la risa en la ocasión funesta
Descubre que el fin mío fue tu fiesta.
Mas gran simpleza es avisarte de desto,
Pues sé que está tu gloria conocida
En que mi vida llegue al fin tan presto .
Venga, que es tiempo ya, del hondo abismo
Tántalo con su sed; Sísifo venga
Con el peso terrible de su canto,
Ticio traiga su buitre, y ansimismo
Con su rueda Egión no se detenga,
Ni las hermanas que trabajan tanto.
Y todos juntos su mortal quebranto
Trasladen en mi pecho, y en voz baja
(Si ya a un desesperado son debidas)
Canten exequias tristes, doloridas,
Al cuerpo, a quien se niegue aún la mortaja.
Y el portero infernal de los tres rostros,
Con otras mil quimeras y mil monstruos,
Lleven el doloroso contrapunto;
Que otra pompa mejor no me parece
Que la merece un amador difunto.
Canción desesperada, no te quejes
Cuando mi triste compañía dejes;
Antes, que la causa do naciste
Con mi desdicha aumenta su ventura,
Aun en la sepultura no estés triste.



Bien les pareció, a los que escuchado habían, la canción de Grisóstomo, puesto que el que la leyó dijo que no le parecía que Conformaba con la relación que el había oído del recato y bondad de Marcela, porque en ella se quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen criterio y buena fama de Marcela. A lo cual respondió Ambrosio (como aquel que sabia bien los mas escondidos pensamientos de su amigo):



- Para que, señor, os satisfagáis desa duda, es bien que sepáis que cuando este desdichado escribió esta canción estaba ausente de Marcela, de quien el se había ausentado por su voluntad, por ver si usaba con el la ausencia de sus ordinarios fueros; y como al enamorado ausente no hay cosa que no le fatigue ni temor que no le de alcance, así le fatigaba a Grisóstomo los celos imaginados y las sospechas temidas como si fueran verdaderas; y con esto queda en su punto la verdad que la fama pregona de la bondad de Marcela, a la cual, fuera de ser cruel, y un poco arrogante y un mucho desdeñosa, la mesma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna.



- Así es la verdad, -respondió Vivaldo. Y queriendo leer otro papel de los que había reservado del fuego, lo estorbo una maravillosa visión (que tal parecía) que improvisamente se les ofreció a los ojos; y fue que por encima de la peña donde se cavaba la sepultura apareció la pastora Marcela, tan hermosa, que pasaba a su fama su hermosura. Los que hasta entonces no la habían visto, la miraban con admiración y silencio, y los que estaban acostumbrados a verla, no quedaron menos suspensos que los que nunca la habían visto. Mas apenas la hubo visto Ambrosio, cuando con muestras de ánimo indignado, le dijo: -¿Vienes a ver, por ventura, ¡oh fiero basilisco destas montañas!, si con tu presencia vierten sangre las heridas desde miserable a quien tu crueldad quitó la vida?, ¿O vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición, o a ver desde esa altura, como otro despiadado Nerón, el incendio de su abrasada Roma? ¿O a pisar arrogante este desdichado cadáver, como la ingrata hija al de su padre Tarquino? Dinos presto a lo que vienes, o qué es aquello de que mas gustas, que por saber yo que los pensamientos de Grisóstomo jamás dejaron de obedecerte en vida, haré que, aun el muerto, te obedezcan los de todos aquellos que se llamaron sus amigos.



-No vengo, ¡oh, Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho –respondió Marcela-, sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuan fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y así ruego a todos los que aquí estáis, me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos. Hízome el cielo, según decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable, mas no alcanzo que por razón de ser amado esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y mas, que podría acontecer que el amador de los hermosos fuese feo, y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae mal el decir: “Quiérote por hermosura, hasme de amar, aunque sea feo.” Pero puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas las hermosuras enamoran, que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad, que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, seria un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque, siendo infinito los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y según yo he oído decir, el verdadero no se divide, y ha de ser voluntario y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que es, ‘por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no mas de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amabades? Cuanto mas, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo, que, tal cuales, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella; y así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado la naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado, o como la espada aguda, que ni el quema ni ella corta a quien a ellos no se acercan. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin los cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma mas adornan y hermosean, ¿Por qué la ha de perder la que es amada por hermosa por corresponder a la intención de aquel que por sólo su gusto con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda? Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas destos arroyos mis espejos, con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y enamorado con la vista he desengañado con las palabras, y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mato su porfía que mi crueldad. Y si se rehace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos digo que cuando es ese mismo lugar, donde ahora se cava su sepultura, me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sólo la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura, y si el, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si la contentara, hiciera contra mí mejor intención y propuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mi la culpa. Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas; confiese el que yo llamare; ufánese el que yo admitiere; pero que no llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño ni admito. El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo que amar por elección, es excusado. Este general desengaño sirva a cada de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase de aquí en adelante que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos, que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel, y esta desconocida, ni los buscara, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mato su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha e querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaña a este, ni solicito a aquél; ni burlo con uno, ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretienen; tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.



Y en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas, y se entró por lo mas cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreción, como de su hermosura, a todos los que allí estaban. Y algunos dieron muestras (de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban herido) de quererla seguir sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto por don Quijote, pareciéndole que allí venia bien usar de su caballería, socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles voces, dijo –Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha demostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuan ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes; a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en el ella es sola la que con tan honesta intención vive.



Antonio Gaudí

“La creación prosigue incesantemente a través del hombre. Pero, el hombre no crea, descubre el color que buscan las leyes de la naturaleza para bajar su ser de la nueva obra son colaboraciones del creador. Quién copia no colabora, porque, la originalidad consiste en retornar a los origines.”

“Cuando las formas son más perfectas, exigen menos adornos”

“La imitación de los estilos implica necesariamente una decoración superflua, los estilos simples, al contrario, tienen una buena estructura”.

“La elegancia es hermana de la pobreza, pero no se debe confundir la pobreza con la miseria.”

“La cualidad ideal del la obra de arte es la armonía, que en el arte plástica nace de la luz que decora y da relieve. La arquitectura es la disposición de la luz”

  1. Gaudí

Parque Guel

Parque Guel
El parque Güel, fue construido con la idea de realizar una urbanización de casas de familia destinada a la clase media de la época. El proyecto no tuvo éxito y hoy es el parque municipal. En la foto, la entrada principal. (Barcelona)


Uno de los pabellones de entrada al parque Güel destinado a la administración. En éste se conjugan los elementos básicos que Gaudí escogió para la construcción del parque.

Varias imágenes de las entradas elevadas que recorren el parque. Decoración vegetal e mineral, integración de la naturaleza en una ciudad jardín, el gran propósito de Antonio Gaudí.

Pabellón de entrada al parque Güel y cumbre de las dobles cruces gaudianas.