El verano nos ofrece nuevas posibilidades para convivir y dialogar. Recuerdo el testimonio de unos adolescentes que comentaban cómo uno de los mejores momentos de su vida fue una noche en que se quedaron sin corriente eléctrica en casa y dedicaron la velada a jugar al parchis con sus padres y hermanos. Porque al mismo tiempo de ayudar a expresarse y a conocer al otro, el juego permite a los miembros de una familia relacionarse, reír juntos y dialogar.
La falta de diálogo es una especie de cáncer que destruye el amor y la confianza. Y aunque dialogar no es fácil, resulta vital para una buena salud psíquica y para la armonía del hogar. Aparte de la conversación durante las comidas, por supuesto sin el televisor, es necesario un diálogo sereno y en profundidad. Hay que buscar el y el momento adecuados, para que no haya interrupciones. Y escuchar con actitud acogedora. Es posible que el punto de vista del otro sea parcial, e incluso sea equivocado, pero necesita expresar sus sentimientos y manifestar todo lo que piensa. La dificultad mayor consiste en ponerse a la defensiva y no acoger lo que el otro nos quiere decir. Lo importante es descubrir que el diálogo es necesario e intentarlo sin rendirse al desaliento.
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