No se trata de “re-educar” al niño interior sino de dejarlo ser. Es un descubrimiento de nuestras esencias y habilidades olvidadas.
Muchas veces sentimos rechazo por estos aspectos reprimidos y tenemos miedo de que el dolor nos invada, de que nos paralice o de que nos destruya. Pero es necesario darse cuenta de que nada de eso sucederá. Esa es una idea exagerada de nuestra vulnerabilidad o fragilidad, que, en realidad, es el desamparo de un niño que se siente solo y lastimado.
A fin de establecer contacto con nuestro niño interior, es en muchas ocasiones imprescindible volver atrás y permitirnos sentir aquellas emociones bloqueadas, que son las que nos encarcelan en una determinada “personalidad” socialmente correcta y aceptad, pero ausente de espontaneidad y frescura. No son, así pues, los traumas que padecemos en la infancia los que nos enferman emocionalmente sino nuestra incapacidad para expresarlos. Aquellas defensas que alguna vez quizás ciertamente, nos ayudaron a sobrevivir a determinadas situaciones son hoy obstáculos para nuestro crecimiento definitivo.
Nuestra sociedad repudia un poco al niño espontáneo y expresivo, nuestros aspectos más vulnerables y sensibleros, pero estos forman también parte de lo que somos. Puede ser que no podamos dejarlos salir todo el tiempo y frente a cualquiera, pero ¿por qué no crear cada vez más entornos donde podamos ser nosotros sin frenos? ¿Por qué no empezar “por casa” con el vínculo interno entre nuestro adulto y nuestro niño herido?
En otra publicación continuaremos con el tema.
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