El Águila remonta el vuelo...
"Si la razón hace al hombre, el sentimiento le conduce"
viernes, 4 de julio de 2014
Encauzar la Ira y Ganar en Serenidad
Enfadarnos ante
el mínimo estímulo y responder de manera desmesurada mina nuestra salud y acaba
convirtiéndonos inevitablemente, en nuestro peor enemigo. Nuestra ira suele
activarse cuando nos sentimos en peligro, por eso es tan importante aprender a
cambiar la percepción de lo que nos ocurre para dejar de sentir nuestro entorno
como una amenaza.
Comencemos con
una breve reseña cinematográfica al mejor estilo de Hollywood... En el episodio
I de la celebrada saga de La guerra de las Galaxias, el maestro Yoda duda entre
permitir o no que el pequeño Anakin Skywalker -el niño que acabará por
convertirse en Darth Vader- sea entrenado como jedi. El maestro vacila porque, según
dice,.percibe demasiado miedo en él. Es entonces cuando pronuncia la famosa
frase que ha dado la vuelta al mundo: “El
miedo conduce a la ira, la ira conduce al odio , el odio conduce al
sufrimiento”.
Esta frase me
parece interesante como punto de partida para reflexionar sobre la ira porque
creo indudable que dejarse llevar por ella nos aboca irremediablemente al
sufrimiento. La violencia y la agresión no son más que las consecuencias más
evidentes de dejarnos llevar por la furia, pero no las únicas. Esta emoción no
repercute negativamente solo en la vida de aquellos a quienes va destinada,
sino que también tiene efectos devastadores sobre quien la siente. Reaccionar
con rabia frecuentemente puede llevarnos al deterioro y finalmente a la ruptura
de nuestras relaciones, tanto las afectivas, como las sociales y laborales.
Movidos por la ira podemos decir cosas que no creemos del todo o que seria más
conveniente callar; podemos hacer cosas
de las que después nos arrepentimos o precipitarnos en una línea de acción que
no nos conduce hacia donde realmente deseamos.
En otro plano,
montar en cólera produce una serie de modificaciones fisiológicas que, de repetirse
una y otra vez, aumentaría la incidencia de problemas físicos importantes,
particularmente los relacionados con el sistema cardiovascular.
Cuando no
Ponemos Límites.
Por todos estos
caminos la ira nos lleva al sufrimiento propio y al ajeno, por eso es tan
importante aprender, sino a liberarnos de ella, a moderarla y encauzarla.
Conseguirlo liberará nuestro pensamiento y actitud.
En el intento de
manejar nuestra ira, el sentido común nos conduce a pensar en dos alternativas
posibles frenarla o exteriorizarla. No es casualidad que muchas de las
estrategias que suelen proponerse desde el ámbito terapéutico están encaminadas
a desarrollar alguna de estas dos tendencias.
Es bastante
comprensible que pensemos que el mejor modo de lidiar con la ira sea dejarla
fluir, expresarla libremente. Para apoyar esta opción solo cabe pensar que,
alguna vez, todos hemos pasado por la experiencia de sentir cómo, después de haber
manifestado nuestro enejo de algún modo, la tensión y el malestar han
desaparecido.
También apunta
en este sentido la idea de que enfadarnos es un modo de poner límite a las
conductas abusivas de otros. Esto puede parecer razonable a simple vista, pero
entraña complicaciones. En primer lugar, el hecho de que sintamos alivio
después de haber gritado, agredido o montado algún tipo de escándalo, puede
llevarnos a buscar, cada vez que nos sintamos enfadados, esa descarga que hemos
asociado con el bienestar. Así, las agresiones se perpetúan y, lo que es peor,
cada vez tendremos menos reparos en comportarnos así. De hecho, mucha gente se
justifica: “¡Me saca de mis casillas, es
el único modo que tenía de calmarme!”.
En segundo
lugar, cuando frente a un abuso nos defendemos utilizando la ira, lejos de
conseguir que la otra persona nos respete, lo único que logramos es que redoble
la apuesta o tome represalias. Así, entramos en una escalada de agresiones cada
vez más hirientes. Aun cuando consigamos que los demás acepten nuestros límites
por temor a que tengamos una reacción furiosa, esto no será constructivo para
el vínculo sino que, por el contrario, los demás se alejarán silenciosamente de
nosotros. Dejarán de vernos como una grata compañía.
Un Muro de
Contención.
Si liberar
nuestra ira tiene consecuencias tan nefastas podemos llegar a la conclusión de que
la única opción que tenemos es contenerla. No obstante, esta postura también
presenta varias dificultades.
Está bastante
extendida la idea de que si alguien siente que se está enfadando demasiado, lo
mejor que puede hacer es tomarse un tiempo y retirarse de la situación hasta
que se haya calmado. Seguramente contar hasta cien es una alternativa cuando se
está, por ejemplo, al borde de actuar desmesuradamente, pero, como solución de
fondo, deja bastante que desear.
Si cada vez que
nos enfadamos, por ejemplo, con nuestro hermano, nos vemos obligados a salir a
dar una vuelta para no acabar insultándole, seguro que nunca resolveremos
nuestros conflictos. Además, si frente a las conductas invasivas o abusivas de
otras personas lo único que sabemos hacer es evitar todo enfrentamiento, no
conseguiremos establecer nuestros límites y, en consecuencia, las actitudes que
nos molestan se perpetuarán o, aún peor, se intensificarán.
Todo ello parece
dejarnos en una situación sin salida: refrenar nuestra ira puede resultar
perjudicial, pero expresarla libremente, también. Entonces, ¿cuál es la actitud más sensata para no
equivocarnos?
La Respuesta del miedo.
En mi opinión,
la clave está en aquella frase de la que os hablaba al principio del artículo y
que pronuncia el viejo Yoda, ese personaje que en más de un aspecto nos
recuerda a un maestro zen. “El miedo
conduce a la ira...” Vale decir: sentimos ira cuando nos sentimos
amenazados. Es así de sencillo y es una gran verdad. Por eso, si conseguimos sentirnos
menos amenazados, podremos manejar las situaciones que nos producen ira de un
modo mucho más adecuado. Es decir, lo que tenemos que modificar es nuestra
percepción de la situación. Para ello es necesario que aceptemos que la ira no
es una consecuencia directa de lo que sucede o de lo que otros nos han hecho sino
que, hasta cierto punto, la “fabricamos”
nosotros mismos de acuerdo a cómo entendemos la situación.
Supongamos que
descubro que un buen amigo me ha mentido, que me ha pedido dinero diciéndome
que lo necesitaba para algo y lo ha utilizado para otra cosa. Es bastante
natural que me sienta disgustado y decepcionado, que sienta que se ha
aprovechado de mí. Me diré a mí mismo: “No
me gusta lo que ha ocurrido”. También es probable que sienta la necesidad
de establecer que no quiero que vuelva a comportarse de ese modo conmigo. Me
digo: “No quiero que esto vuelva a ocurrirme”.Ambas sensaciones, el
malestar y la necesidad de establecer un límite, son comunes a todas las
situaciones que potencialmente pueden conducirnos a sentir ira, y no hay en
ellas nada reprochable... El problema aparece, como dijimos, cuando me siento
amenazado por las circunstancias. En mi opinión, este tipo de situaciones
tienen varias interpretaciones generalización, negación y fatalización.
Nada es
Definitivo.
La
generalización consiste en extender al todo lo que es aplicable solamente a una
parte. Siguiendo con el ejemplo anterior, imaginemos que en lugar de pensar. “Mi amigo se ha portado mal”, me dijera
a mí mismo: “Mi amigo es una mala
persona”. Si pienso que mi amigo es alguien perverso, este se convierte en
una amenaza de la que debo defenderme. Transformaŕe un acto concreto y puntual
-por muy reprobable que este sea- en una característica general de mi amigo, lo
que comprometerá nuestra relación y me impedirá ver aspectos de su persona que
sí me gustan. Me llenaré de ira contra él en lugar de poder hablarle
sinceramente de lo disgustado que estoy por lo que ha hecho. La generalización
puede extenderse indefinidamente y comportar consecuencias aún peores. Si
seguimos con el mismo razonamiento, podría llegar a la conclusión de que no se puede confiar en nadie, lo que me
conduciría a concebir a los demás como amenazantes. La generalización se nutre
de palabras como todo, siempre, nunca, nadie, todos..., palabras con las que
debemos ser muy cuidadosos.
La negación consiste en las múltiples
variaciones de una frase en la que, por desgracia, caemos a menudo en estos
casos: “Esto no debería haber sucedido”.
En el caso de mi amigo, mi actitud sería denegación si pensará algo así como: “El no puede hacer una cosa así”.
Este tipo de pensamientos nos producen ira porque nos llenan de impotencia... “No debería haber sucedido” pero, sin
embargo, ocurrió... “El no puede hacer
una cosa así”, y, sin embargo, lo hizo.
La negación es
un intento vano de suplir con la fantasía de lo que debería haber sido un
malestar con lo que es. Pero en ese intento perdemos la posibilidad de
reaccionar frente a nuestra realidad. Quizás deberíamos cambiar las preguntas: “¿Y por qué él no puede hacer lo que
hizo?”¿Y por qué esto o aquello no debería suceder?” Puede que la actitud
más adecuada sea aceptar que ni los demás ni la vida tienen la obligación de
comportarse “bien” con nosotros.
Y llegamos a la
última actitud, la fatalización, un
modo de interpretar la realidad que es perjudicial en extremo. Consiste, como
su nombre indica, en pensar que un determinado problema es irremediable.
Volvamos a la actitud que adoptaré con la acción de mi amigo. Si pienso: ”Me ha traicionado, no puedo soportarlo”,
estoy considerando este hecho como irremediable. Cuando frente a cualquier
situación desagradable o dolorosa creemos que no podremos soportarlo, la
convertimos en una fatalidad, una amenaza letal. Es entonces cuando el miedo
nos invade y arremetemos contra todo llenos de ira. Sin embargo, deberíamos
saber que la idea de que “no puedo
soportarlo” es falsa.
Es bueno tener
en cuenta que, por difícil que parezca la situación, siempre podremos salir de
ella. Ciertos hechos y actitudes nos pueden afectar, doler e, incluso, dañarnos
-a veces en gran medida- pero, incluso en estos casos, podemos superarlos,
obtener un aprendizaje y salir
fortalecidos.
Cuestionar
nuestras emociones negativas.
Estar atentos a
la ira cuando aparece es una tarea que requiere cierto trabajo por nuestra
parte. Pero si estamos dispuestos a afrontarlo y nos cuestionamos y debatimos aquello que nos ocurre,
seguramente daremos un gran paso para impedir que la irritabilidad y el mal
humor endurezcan nuestro carácter y acaben instalándose en nuestra vida.
Si evitamos
estos modos perjudiciales de interpretar las situaciones conflictivas,
seguramente conseguiremos expresar de mejor manera nuestro malestar, nuestro
dolor o nuestro desacuerdo. Así podremos también establecer nuestros límites de
un modo tan respetuoso como efectivo.
En definitiva,
controlar la ira es comprender que los desencuentros entre las personas forman
una parte ineludible de nuestra vida y que, por eso, debemos encontrar un
camino más saludable para gestionarlos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Antonio Gaudí
“La creación prosigue incesantemente a través del hombre. Pero, el hombre no crea, descubre el color que buscan las leyes de la naturaleza para bajar su ser de la nueva obra son colaboraciones del creador. Quién copia no colabora, porque, la originalidad consiste en retornar a los origines.”
“Cuando las formas son más perfectas, exigen menos adornos”
“La imitación de los estilos implica necesariamente una decoración superflua, los estilos simples, al contrario, tienen una buena estructura”.
“La elegancia es hermana de la pobreza, pero no se debe confundir la pobreza con la miseria.”
“La cualidad ideal del la obra de arte es la armonía, que en el arte plástica nace de la luz que decora y da relieve. La arquitectura es la disposición de la luz”
- Gaudí
No hay comentarios:
Publicar un comentario