¿Sabemos decir no?
Todo lo que queremos y hasta en lo que creemos, nuestra voluntad y, en casos extremos, nuestros valores, tiemblan cuando alguien cercano nos pide algo que los contradice. Pero, ¿Por qué es tan difícil negarse a los deseos de otros?Solo son dos sonidos de la garganta, pero en ocasiones cuesta un triunfo que salgan por nuestra boca: “No”. Es casi imposible pronunciar esa palabra, por ejemplo, ante el jefe que intenta colar siempre algún trabajillo extra, ante ese amigo abusón que continuamente reclama favores e, incluso, ante la propia pareja, que no ceja en su empeño hasta que se lleva el gato al agua. Muchísimos de nosotros nadamos con dificultad por esos mares procelosos en los que se dirime lo que uno quiere hacer y lo que otros desean que haga, y solemos naufragar a la primera de cambio. Decir no a situaciones que nos desagradan e incomodan, que no nos convienen ni interesa o, simplemente, que no nos apetecen y, además, sin ofender al interlocutor, constituye un pequeño arte cuyo dominio requiere diplomacia, inteligencia y sutileza. Y las mujeres –no vale la pena engañarse- no parecemos practicarlo con especial virtuosismo. Muchas, educadas para ser buenas chicas y agradar, aceptan compromisos que las hacen profundamente infelices. Pero, ¿Por qué cuesta tanto utilizar esa palabra en el trabajo, en la amistad, en el amor, en la vida? Detrás del intento machacón de complacer a media humanidad puede esconderse un complejo rosario de temores inseguridades personales que, según los expertos, se nutren de un déficit de autoestima, de la necesidad de ser queridos y de la influencia de una sociedad que nos frena y nos acostumbra a acatar normas. En realidad., ¿complacemos a los otros por generosidad o sólo porque sentimos pánico a no ser aceptados?
Todo lo que queremos y hasta en lo que creemos, nuestra voluntad y, en casos extremos, nuestros valores, tiemblan cuando alguien cercano nos pide algo que los contradice. Pero, ¿Por qué es tan difícil negarse a los deseos de otros?Solo son dos sonidos de la garganta, pero en ocasiones cuesta un triunfo que salgan por nuestra boca: “No”. Es casi imposible pronunciar esa palabra, por ejemplo, ante el jefe que intenta colar siempre algún trabajillo extra, ante ese amigo abusón que continuamente reclama favores e, incluso, ante la propia pareja, que no ceja en su empeño hasta que se lleva el gato al agua. Muchísimos de nosotros nadamos con dificultad por esos mares procelosos en los que se dirime lo que uno quiere hacer y lo que otros desean que haga, y solemos naufragar a la primera de cambio. Decir no a situaciones que nos desagradan e incomodan, que no nos convienen ni interesa o, simplemente, que no nos apetecen y, además, sin ofender al interlocutor, constituye un pequeño arte cuyo dominio requiere diplomacia, inteligencia y sutileza. Y las mujeres –no vale la pena engañarse- no parecemos practicarlo con especial virtuosismo. Muchas, educadas para ser buenas chicas y agradar, aceptan compromisos que las hacen profundamente infelices. Pero, ¿Por qué cuesta tanto utilizar esa palabra en el trabajo, en la amistad, en el amor, en la vida? Detrás del intento machacón de complacer a media humanidad puede esconderse un complejo rosario de temores inseguridades personales que, según los expertos, se nutren de un déficit de autoestima, de la necesidad de ser queridos y de la influencia de una sociedad que nos frena y nos acostumbra a acatar normas. En realidad., ¿complacemos a los otros por generosidad o sólo porque sentimos pánico a no ser aceptados?
Oye que me encanta tu blog, y no es por alagarte, estoy orgullosa de lo que hiciste.
ResponderEliminarMe gusta el tema de "sabemos decir no".
Yo te comento mi opinion, pues decimos muchos nos, pero tambien es verdad y hay algunas que nos cuesta, a veces nos da miedo que piensen que no queremos porque no, y a veces tenemos razones para decir no, solo que no me se expliar.
A que ha sido la primera valiente.