Ataques terroristas, crisis devastadoras, pandemias sanguinarias… nuevas enfermedades llegan a nuestro tiempo para los cuales no hay cura, ejemplo de ello el sida y el ébola. También tenemos huracanes, volcanes en erupción y un si fin de otras amenazas.
Los medios de comunicación reflejan cada vez con más detalles los estragos que cada situación peligrosa está ocurriendo en algún lugar del planeta.
Nos vemos abocados a la incertidumbre, a la inseguridad y, sobre todo al miedo. Pero, porqué tanto pánico? ¿Es racional?
Nuestra sociedad oscila entre el miedo y la confianza. Por un lado, creemos estar seguros; levantándonos sabiendo que ahí están los transportes públicos, hospitales, instituciones democráticas…
El hombre ante una amenaza se junta con los de su especie y actúa, una cierta dosis de temor nos obliga a movernos; evita que nos quedemos paralizados, pero hasta dónde lo llevaremos.
Nuestra época es bastante miedosa porque, todos sentimos que haya demasiados factores que no controlamos. Algunas veces experimentamos una falsa idea de libertad, creemos que podemos decidir sobre más ámbitos de los reales, y cuando nos damos cuenta que no es así, nos surge la impotencia y la frustración.
Cada problema global se vive en el salón de nuestra casa, porque los medios se encargan de dárnoslo comiendo y masticando durante la cena o la comida. Y la información que es positiva al saber lo que sucede a nuestro alrededor, también nos conciencia de que no somos nada y de que seguimos a merced de la naturaleza y de otras muchas cosas…
El miedo siempre nos limita; cuantos más temores desarrollas, más muros levantamos a nuestro alrededor. Miedo al dormir sin luz, a que el hijo salga de noche, al avión… todo son zancadillas que nos ponemos a nosotros mismos. Tenemos que controlarlo mejor. No podemos estar obsesionados pensando que puede hacerse realidad algunos de nuestros temores, porque así nunca disfrutaremos.
Nuestro tiempo actual es más seguro que otras, pero estamos en una sociedad acojonada…
El miedo como la fiebre, sirve de alarma frente al peligro, te hace reaccionar. Pero también hay otra clase de miedo, ese que paraliza e impide avanzar en la vida, éste debe combatirse y dominarse con cultura e información.
Por tanto hay un miedo bueno y otro malo. El primero sirve de aviso; y el segundo, atenaza. Lo que debemos hacer es educar bien. No siempre podemos decir: “¡Cuidado con aquello! ¡no hagas eso!”
Ese exceso de prudencia nos influye en la vida adulta; en la toma de decisiones, en dejar pasar oportunidades…
Mas allá de nuestros propios temores, preocupa sobre todo el miedo social, aquel que se utiliza para manipular a la gente o como cortina de humo para ocultar realidades.
Las grandes catástrofes nos unen, surge el espíritu solidario, pero el temor a la enfermedad, nos alejan de los demás (por miedo al contagio).
Estamos menos preparados para asumir un cáncer que una epidemia. Esto es porque una persona sola es más débil. Y sino fijaros en los maltratadotes; aíslan a victima y luego le infunden terror. Si ella notara la cercanía de su familia, no lo sentiría, es la soledad que la vuelve vulnerable.
La mejor forma de luchar contra el miedo es ser consciente de que existe; hacerle frente y, buscar la protección de los demás.
A los niños se les inculca el temor, que la prudencia.
El miedo como mercancía informativa, es muy vendible y rentable. Antes, la gente del campo, se levantaba temprano, araban y ordeñaban, y así hasta la noche, no sentían miedo, estrés o ansiedad. Cuando se tiene un objetivo concreto por el que luchar, se deja uno la piel. Esa generación se comía el mundo con tal de salir adelante.
El gran problema del miedo es… que siempre genera más miedo.
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