Aunque nos cueste creerlo, la paz es nuestro estado natural y por muchas tensiones que debamos o elijamos soportar, tenemos un termostato interior que intenta devolvernos a ese estado de serenidad perdida. Somos, en ese sentido, como gomas elásticas, que, en cuanto se sueltan, recuperan su estado inicial de relajación. El problema surge cuando la goma se tensa tanto que “olvida” su estado natural y se “da de sí” sin remedio...
Para recuperar la paz perdida debemos ajustar nuestro termostato interno, como si de la calefacción de nuestra casa se tratara. Nuestro termostato es la mente y debemos conocerla a fondo para saber cuándo es mejor que funcione de manera activa, a pleno rendimiento, y en qué momentos resulta más beneficiosa para nosotros su presencia pasiva.
Nuestra mente “Activa” es la que conocemos mejor y con la que nos identificamos más porque está al servicio de nuestros objetivos materiales. Pero también podemos ponerla a merced de nuestras metas más espirituales para que nos ayude alcanzar la serenidad que tanto necesitamos. Este tipo de Actividad mental nos ofrece la oportunidad de convertir nuestros deseos en objetivos concretos y nos permite valorar todas las opciones posibles para lograrlos. De esta manera, ponemos en marcha todos nuestros recursos internos y, cuando nos topamos con los inevitables obstáculos y con nuestros miedos de siempre, somos capaces de reconocerlos y afrontarlos sin demora.
Solo podemos alcanzar la calma si nos decantamos, de manera activa y consciente, por la paz en cada uno de nuestros actos, tanto en el quehacer de nuestra vida cotidiana como en aquellas situaciones que nos puedan resultar adversas.
Seamos realistas si fuese muy sencillo encontrar la paz interior, los monjes no necesitarían retirarse a apartados monasterios en las montañas. Pero tan cierto como esto es que existen otras filosofías, como la zen, que defienden que para alcanzar la iluminación no deberíamos retirarnos del mundo sino participar activamente en la vida cotidiana, porque solo viviendo por entero en el presente, experimentamos la admiración y el misterio de la vida.
Lo cierto es que para recobrar la calma resulta de gran ayuda ampliar nuestro espacio vital. Y para ello debemos rodearnos, de todo aquello que es “bello”, “verdadero” y “bueno”, en su sentido más profundo. Esto no quiere decir que nos obcequemos en perseguir lugares hermosos y personas honestas, sino que se trata de abrirnos a la belleza que nos rodea y de captar lo bueno y lo auténtico que reside en todas las personas. Desde luego que si no nos sentimos a gusto donde estamos, es fantástico ampliar nuestro espacio buscando lugares mejores, pero esta búsqueda no debe llevarnos a despreciar lo que ya tenemos delante de nuestros ojos.
Aunque solemos propagar a los cuatro vientos lo felices que seríamos sin obligaciones, lo cierto es que estamos tan apegados a ellas que, si nos las arrebataran, sentiríamos que nos quitan algo más que un peso de encima. Por un lado, las obligaciones, aunque suene paradójico, nos confieren importancia y hacen que nos sintamos imprescindibles. Y los deseos desmedidos por el otro, nos someten a un yugo del que es difícil escapar.
Saber renunciar a ciertas obligaciones y a ciertos deseos, así como averiguar nuestras verdaderas necesidades, nos aportará una ración extra de tiempo. Un tiempo en el que aflorará la paz que, de manera natural, llevamos dentro y en el que disfrutaremos de un yo mucho menos exigente, pero, ¿quién sabe? mucho más dichoso.
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